Suavidad...


Como si la vida se resumiera en tu mirada buscaste mis ojos con expresión dulcemente celestial, querías decirme algo en un lenguaje que desde los paraísos seculares desciende a las almas presurosas. Una expresión diáfana cruzó mi frente enamorada y sin mediar un gesto más me golpeaste con un beso, con una caricia temblorosa y la voz extraviada sobre destierros inimaginables. Más no pude hacer que estallar en franco y desolado llanto...así, al fin, nos fundimos en la humanidad...


Te bebí silencioso, con el aliento agitado. Pecador insigne, gritaron sobre mi cabeza las voces de cuantas vidas acuna el cielo, ¿por qué callas ahora?, ¿qué esperanza de cristal sostiene tu pecho húmedo, enloquecido y amante? Nada más dijo la luz de los condenados, de los inocentes y los purgados, la noche terminaba sobre nuestros cuerpos desnudos, pero en el terrenal edén de tu vientre se alzaban apenas las primeras semillas de una tarde gloriosa...sin miedos me acerqué al centro del universo para coger de entre los soles convocados un racimo de brillos estelares, una ánfora de mieles divinizadas y un retazo de cielo absoluto y antimaterial. Tú dormías entregada a los tiempos que danzaban sin voz entre las tenues antorchas de una selva misteriosa y desconocida, tu piel imperiosa besaba las hojas del cedro que bebía en los mares almibarados de la memoria, en fin, la boca del tiempo se calló y una lágrima calló estrepitosa por su mejilla, su paso se hizo estandarte y nunca más fue recordado con temor.


Tomé tus dedos y tu cintura, y tu vientre y tus pechos, y tu frente y tus mejillas y las besé, sin temores ni recatos en medio del más claro atardecer, cuando un ocaso de nieve se regocijaba en tus piernas y el tenue atisbo de un leve escalofrío desaparecía y se fusionaba en mis brazos. "Que Dios te bendiga", susurré con más ardor que locura y caí entre tus brazos, así la vida se volvió hacia mí y con una mirada precisa se remontó a mi pasado. Mil voces, mil sonrisas, mil tormentas y mil silencios, todos se agolparon sin prisa ni temor, como evocando un caos concebido en los montes inimaginables. No hubo en ellos una razón mayor para la paz, ni razón poderosa para la plenitud infinita más que tu voz diciendo que me amas...así volvió de su sueño la gloria impertérrita y perdida, así se posó sobre tu piel para gobernar en ti, para ungir de maravillas cada aliento de tu boca, cada fina expresión de tu divina creación.


Te Amo María de los Ángeles...más que a vivir, más que a vivir...