Lo que Sea



Me he permitido volver un poco hacia atrás, a mi pesimismo habitual, a mi esencia profunda, esa que ha aflorado tantas veces aquí y que me hace pensar en una vida menos que gris, pero con ese sabor de penumbra que es tan dulce.

Vamos ya, es decir, volvamos ya.

Duele el frío, más que ayer, mucho más que ayer. Dos o tres suspiros revelan hiperrealistas que una bocanada de aire es un segundo menos de vida, un segundo menos antes del final de mis días. Siempre lo he sabido, ¿pero por qué lo ignoro?, ¿por qué continúo ciego hacia ese destino irrevocable? ¿Por los demás? ¡Qué estupidez!, no soy un filántropo por antonomasia, eminente prospecto, una vez más. De esos que confunden, que perturban, que no aseguran ni el cielo ni el infierno, sólo esa exasperante realidad que ni siquiera lo es, que no es más que la conjetura de aquella innombrable mujer que ve la vida con la entereza insular que heredó de su sangre. ¿Y qué hay de mí, de mi cuerpo y mi autodestructiva forma de existir?

Duele ver que no existe futuro ni luz en lo cercano. No quiero esta vida, quiero aquella que escapa desesperada de este entorno corporal y enfermizo. Te quiero aquí, en la cabeza de Arauco, vestida de violeta y con tus ojos de loca expresividad. ¡De nuevo!, esa pataleta infantil.

Estás conmigo, pero el amor no es conformista.

Lo sé, ¡cállate! Y es que en el silencio de mi conciencia renace todo lo que odias de mí. Lo sé, ¡cállate!

De vuelta, ¿me ves? Y me propuse olvidarte mientras escribía.

Es injusto, lo sé, evocar tu alma pura a mi desdichado pesimismo, como queriendo llevarte, egoísta y obsesivo, a hundirte en mí de manera irrevocable y olvidada. Es injusto y me hace sentir inmundo el hecho de evocar tu figura gloriosa en medio de mi adictiva manera de hundirme en el vacío. Silencio, sabes que eres mi vida, mi néctar irrepetible. Pretendo ser la fuerza de tu corazón, pero también caigo, también tropiezo, también me odio, también pienso en acabar con todo.

Es injusto cuando eres tú quien me salva de la soga y el veneno. Esta noche no, no podré bendecirte, porque mis labios están amargos de llanto, porque mis ojos son el reflejo de una luna de sangre.

Duerme, sueña con ese mundo en el que nunca existí, en el que sonreías sin que te lo pidiera y tu corazón estaba colmado de pequeños afectos dulces y libres. Sueña con ese mundo en el que nunca nací, en el que eras una luciérnaga eterna que revoloteaba en la niebla. Hazlo hoy porque mañana volveré, a amarte sin vida y sin corazón, como ama sólo aquel que todo lo ha entregado y que nada espera ya.

Duerme, sé que fui injusto, pero soy frágil a veces, más de lo que imaginas.

No quiero continuar, no quiero seguir pensando en mi vileza y en tu inocencia.

Silencio, no oigas mi corazón triste, mañana volveré con un latir nuevo y tuyo y lo sentirás porque tuyo es mi pecho, y lo vivirás con un sabor nuevo, el que desterró la liberación.