De Vuelta



Tres y veintitrés minutos, día lunes X de Diciembre, solo una vez más, asustado por algo que no sé. Triste verdad, quizás es solo este estado que me confunde o quizás presiento algo, quizás mi sentido femenino me advierte algo, pero, al no haberme titulado en esas artes, no sé interpretarlo ni utilizarlo en mi favor, en fin, se vuelve una evidente molestia y una perturbadora tendencia. Muchísimos recuerdos. De cuando éramos niños y no sabía de ti. Y jugaba en mis mundos solitarios y extraños, y me sentía observado por todos aquellos que ahora me visitan de vez en cuando y me aconsejan dar el paso siguiente.

Hoy aparecieron frente a mí, con las manos ensangrentadas. “¡Lo hicimos!”, me decían girando los ojos, con expresión de terror y alegría, ambas a la vez. “Tal como en tu sueño”, repetían sin detener los gestos. Y lo recordé, nítidamente, como si por un instante estuviera ahí, en esa penumbra temerosa, apuntando a su sien y disfrutando su expresión derrotada. Viendo una lágrima de sangre y almíbar recorrer sus mejillas blancas. Lo habían hecho y me miraban como esperando mi orgullo. Sólo sonreí, “son muy impulsivos”, pensé. Aún así, no había más que hacer, ella ya no existía, había muerto para mí. Me puse la chaqueta y salí a caminar, a buscar algún indicio del crimen. Pronto olvidé mi objetivo, ya sabrán que no soy bueno para eso. Me sedujeron unos espejos y unas piedras brillantes en una vitrina del centro, compré muchas. La vida me halagaba, buen comprador. Llegué a la catedral y conocí a un tipo que estaba clavado en una cruz, aún vivía y sus ojos me pedían que acabara con su dolor, lo miré y le sonreí, “no quiero intervenir en tu gloria”, le dije, mientras él daba voces sordas al cielo y tres mujeres lloraban a los pies del calvario. Un poco triste dejé el templo y caminé por la plaza, me senté a fumar un cigarro y a observar mi entorno. De pronto me noté rodeado de parejas que se besaban y caminaban de la mano, y se sonreían y coqueteaban. No acallé la voz que me obligaba a odiarlos, la seguí ciego de rencor, tampoco a aquella más loca y pervertida que me preguntaba; “¿Qué pasaría si el sexo se transformara en una danza compleja e irrepetible?”.

Decidí volver, mientras observaba que en el paseo la gente se distraía con la nueva pantalla que adorna una de las esquinas. Al fondo una aglomeración, patrullas y una ambulancia, debía ser allí, mi corazón se agitó violentamente, di media vuelta y seguí otro camino. Mientras, mi pecho se llenaba de emociones, era verdad, ya no existía más, pero nunca he negado la existencia de figuras fantasmales vengativas que hacen de la vida una triste senda de desesperación tendiente al suicidio. Quizás mi victimaria sería la conciencia de sentirme asesino o quizás esa sensación se volvería una insana adicción. En cualquier caso ya estaba hecho y urgía tomar unos tragos en soledad por ahí. Una vuelta por el “barrio” para solucionarlo todo. Necesitaba estar en la penumbra, como en aquel sueño, pero darle ese particular sello de luz y festival que sólo encontraría allí.

La madrugada se extendía sobre todo, sobre las personas y sobre la ciudad. “Tranquila”, le decía, “el destino nos llamó a terminar así nuestra historia”. Sus gritos se transformaron en llanto y el llanto en silencio y miradas. Ya no luchaba, estaba cansada, entregada, sola frente a mí, frente a mi rostro desfigurado y mi fría decisión. “Yo te quiero”, me decía, intentando hacerme flaquear. Me acerqué lentamente a sus labios, me besó asustada, mordí su boca, hasta sentir el sabor de su sangre amarga, lloró una vez más, esta vez sumida en angustia. “Es muy tarde, amor, ya todo está escrito”. Me alejé y me miró a los ojos, puse el dedo sobre el gatillo y el revólver sobre su frente. “Como en tu sueño”, me dijo llorando. “Sí mi amor, tal como en mi sueño”. Jalé el gatillo y su sangre me cayó como rocío en el rostro, aroma de pólvora, de terror y alegría, todo a la vez. Bebí la sangre que rodeaba mi boca, como si fuera un néctar único e irrepetible, “te amo”, le dije y volteé dejando su cuerpo en la nada.

Un cigarro más, para amenizar el momento y para quitarme el temblor de las manos. A casa, escuchando música y caminando al son de la monotonía y la crítica.

“Como en mi sueño”, le dije, mientras veía su rostro ensangrentado antes de buscarla en mi sueños.

Saludos para LA RAZA, para Mono, Vix, Yupi, Alex y Kamayo, que vino a vernos para su cumpleaños. Gracias a todos por los momentos.

Saludos para Laurita, estoy trabajando. Para la Kari, me tuve que ir el otro día, lo siento mucho. Para la Andrea, mi hermanita adoptiva. Para todos aquellos de los que ya me despedí y para aquellos de los que nunca me despediré.

También para la Maka, que me ha acompañado este último tiempo.

Negrita, quiero verte.

Mamita, Familia, Familiar, Wely y Tía Anita, los amo.