No han sido buenos días para este humilde servidor, soy hijo de una verdad horrorosa que nunca me atreveré a confesar, ni a mis dos mujeres y media, ni a la tercera mujer que me espera.

En medio de una sonrisa se posa una pena, en medio de una pena aparece esa sonrisa que me recuerda que con un gesto puedo hacer sonreir a mis dos mujeres y media y a la tercera mujer que me espera.

No suenan bien las rimas en mi prosa, ni en mi poesía, ni en mi triste oratoria. Tengo mucho miedo de que todo salga mal. En mi vida las cosas fáciles no existen, no existe la sensatez general, sólo esa extraña combinación de verdades tendientes a mi destrucción.

Una mañana desperté y noté que más allá de mí había cierto corazón que había tenido siempre a mi lado. Decidí abrazarlo, amarlo, hacerlo mío, pero la vida no vino para disfrutar de mi alegría sino con el desgarro de mis sollozos. Ella es una Diosa nocturna, yo un triste pospecto de una indefinición crónica hacia los elementos. No podía creerlo, afloraba en mí lo más dulce de la ternura, me hacía agua, a veces marea, a veces crecía mi corazón, me superaba la inconsciencia, no era yo. Los caminos de la vida son tortuosos, dicen que siempre hay un camino fácil, pero para un prospecto la vida es un prospecto.

Luego me oculté en el corazón del silencio, me senté a esperar su mirada, su dulce sensualidad, su cuerpo eterno, sus labios inquietos, casi insolentes. Fui ciego ante su ausencia, ante la verdad de su frente amante y amada. Tuve miedo y temblé, tuve miedo y lloré, pero siempre en silencio, sin llamarla a mi lado, sin llamarla.

Luego supe de ti, que pensabas que me eras indiferente, que no quería saber de tus palabras y de tu innegable naturalidad y ternura. No fui temeroso, comencé a quererte, a girar mis secretos hacia tu oído, a hacer volar mis sueños hacia tu corazón, a buscar casi obsesivamente tu alegría. Y es que es lo más sensato que puedo hacer, tú, dulce ternura, mujer bella, indudable, haces de mis soledades locuras amenas. ¿Quién eres?, ¿quién eres que te atreves a confundirme con tus palabras y a necesitarlas adictivamente?

Ahora eres parte de mi, de mis días, de mis plegarias antes de dormir, eres parte de mi recuerdo, de las imágenes que se acercan a tocar mi hombro cuando camino despreocupado por la calle.

A veces necesito tu paz y sé que no puedo tenerla.

Te confieso que, mientras, sigo esperando en el centro del silencio, que de vez en cuando me fumo un cigarrillo con nicotina y compulsión, que me muevo sólo para buscar el fuego o un trago. A veces creo verla, creo abrazarla, creo escucharla decir que me quiere, que le agrada mi espera. A veces creo ver algo más en su mirada, pero ¿cómo podría yo comprender el lenguaje de las flores y el poder de sus ojos?

Ahora quiero tenerla a mi lado, sonreír al verla, abrazarla con miedo y sin intenciones, inocente, casi tontamente inocente.

Hoy no quiero saludar a nadie, estoy muy triste, las alegrías son intensas, pero al alejarse hacen de mi soledad una tortura desesperada.

Sóla agradecimientos a todos aquellos que están conmigo.

Adiós.