Cuanto más quieres a una persona, menos palabras tienes para expresarlo, es una de las tantas ironías que mantienen mi vida en esa fina línea que la separa de la realidad.

Ella es un ser mágico, confuso, una maravilla salina. Mujer eterna, madre primordial de mi imaginario, nació del vientre de un hada que en medio de maderas tortuosas ocultó su halo de niebla. Su nombre es una brisa quieta, como una caricia de brazos vegetales, como hondura de montaña.

Tenía un clavel en las manos cuando la vi por primera vez, un clavel rojo. Caminaba a mi lado sonriendo, bebimos en un pub del centro, luego fuimos a bailar. Llevaba un clavel en la mano izquierda, un clavel rojo. No sé si lo notaba, pero en el corazón de ese clavel estaba mi vida, entregada a su existencia, a su aliento, a su mirada gloriosa. Esa noche nos fuimos esquivando su casa, nos sentamos a cantar en la avenida, la abracé torpemente un par de veces. Corté dos copihues, se los di sin mirarla a la cara, no quería que me descubriera.

Esa noche nos reimos de todo, jugamos a que éramos novios, a los cohetes y a que éramos un dúo de cantantes. Fuimos tan felices, era yo su alegría y ella la mía, éramos perfectos en medio del silencio de la ciudad dormida.

La esperé una hora, sentado en el paseo, la llamé hasta el cansancio, me di libertad de esbozar un puchero de pena. Pensaba que no quería verme, que estaba triste y no era yo lo que necesitaba.

Me di la libertad de derramar una lágrima. Justo cuando un niño se sentó a mi lado y me preguntó a quién llamaba; "a mi polola", le dije. "¿Por qué lloras?", "porque no sé dónde está".

Esa noche jugamos a que éramos novios, novios especiales. Esa noche le canté un flamenco herido, más que provocación. Esa noche regresamos esquivando el final.

Esa noche fui feliz, ella era mi alegría y yo la suya. Mágica, tan infinitamente mágica.

Muchas gracias Coté, por estar conmigo, por sonreir al verme, por existir.

¿Me acompañas al recital de Vicentico?