De los momentos felices no tengo muchos recuerdos (típico), tal vez no fueron tantos como hubiese querido yo. Iba en el bus y me puse a llorar, creo haber visto el supermercado al que habíamos pasado a…caminar, eso fue el detonante, aunque no estoy seguro de que se tratara de ESE bendito supermercado con un letrero enorme, ESE bendito supermercado donde, ya separados definitivamente, la llamaba “tía” buscando sonrisas y amor por costumbre…extraño el campanil, le decía, como queriendo dibujar indiferencia, como queriendo extrañar realmente ese símbolo que ahora me parece innecesario y anticuado. Iba en el bus y me puse a llorar, dejaba ese lugar hostil, donde me daba miedo andar, pero la dejaba a ella, allí, nunca indefensa, pero…no sé, quizás no lloraba por ella, sino por mí, quizás lloraba porque mi sueño terminaba. Iba en el bus y me puse a llorar y la gente me miraba, y el auxiliar me decía solapadamente: “¿te pasa algo?”. Nada.

Lloraba en silencio, pero más que mares nacían de mis ojos y todos me miraban, ¿y qué?, ¿qué más podría pasar?, siempre exagero y hasta la muerte me parecía dulce en ese momento.

Recordaba cada segundo, a veces parecía estar loco, entre lágrimas reía, como aquel obsesivo artista que mira la figura inspiradora como un objeto poseído y que como el más ejemplar antihéroe lanza una carcajada que celebra su victoria, de victorias, nada en ese momento, ¿qué hacía?, escapar.

No tengo recuerdos felices, sólo el miedo que tenía aquella tarde del primer beso, que se repetía, hiperrealista, su silueta burdeo al otro lado de la avenida, sus labios suaves, poco naturales. Sus mejillas deliciosas, sus dedos hipócritas.
¡Diarios!, todos los del lunes, o sea, todos los suplementos y cuestiones, el deportivo, finanzas, no recuerdo los sucesos relevantes que ocurrían en Chile, sólo sabía de angustia. Tenía que firmar un papel en el banco recuerdo, en la sucursal de Collao, allí donde se pasean señores con uniformes verdes, negros, marrones, como el que usaba su papá.

Fue difícil, hace más de un año, lo soñé anoche, o lo recordé antes de dormir, o…o sólo quería que lo supiera, no sé…quizás necesitaba escribirle algo…no sé, tal vez necesito verla, aunque sea sólo antes de dormir o dibujada con dedos de niño en un papel.

A la pensión a escribir, no sé si tengo aún ese…desgarrador y hasta insultante poema, me descargué, dolor, mucho, lloré de nuevo, me fui a dormir, a eso de las ocho. Es triste y exagerada la analogía, “el sueño era el olvido”, me desperté cuando la triste mazmorra era un nido de grillos. Recordé el regalo que le llevaba, “Para Mi Negrita”, decía en la primera hoja, poemas y más poemas, cantos de un desafinado, que hablaban de ausencia, de magnitudes derrotadas, de besos anhelados, de todo lo que se le ocurre al pelotudo más ingenuo de 18 años que todavía cree estar viviendo sus súper dulces dieciséis. Ahí decidí madurar, aunque mi decisión se invirtió en un segundo por mis actos. Tomé las hojas y las rompí (¡que maduro!), hasta que ya no había forma de unirlas, las tomé y las metí en la cocina a leña que había hacía el final de la cocina-living-comedor de la pensión. Quizás era primera vez que se encendía fuego en esa estufa. Imaginen escena más patética, un huevón peludo, en calzoncillos prende fuego, llorando (sí, una vez más), a su amor perdido, en medio de la nada que dibujaba la oscuridad. Era requisito de romanticismo que estuviera en medio de la completa penumbra. Me dolía la cabeza. No pude dormir bien, la mazmorra me parecía más húmeda, el cigarro impregnado en cada objeto de mi espacio “vital”. Me sentía tan bajo, me sentía ridículo. La veía riendo, fumando en la puerta de su casa, conversando de la vida con alguien, una vida en la que yo no existía. Me dolía la cabeza, no era yo el que ocupaba mi cama y fumaba mis cigarros, no era yo.

Mi problema es ser demasiado bueno o al menos creer, de corazón y sin dejar atisbo de ironía, que soy una buena persona, respetuoso, romántico y cálido. No era sólo mi corazón el que caía hecho trizas sobre el suelo áspero de mi pensión, era mi ego, todo lo bueno que veo en mí. En qué estaba pensando aquella morena de belleza ibérica, gitana, aquella musa elevada más allá del más allá, cuando me dijo: “sí…incluso de ti”. ¿En qué pensaba cuando al ver mis mejillas ensangrentadas de mar fruncía el seño e imploraba mi silencio?, ¿esperaba que tomara la lamentable pérdida con estoico semblante?
¿En qué pensaba yo cuando creía ser imprescindible para alguien que era mucho más grande que mi propia figura?

De allí en más, sólo pensar, como verán ya no lloraba, sólo pensaba en la cobardía. En lo que sentiría ella. Pensaba en cómo olvidar los libros, la poesía, las rosas, las sonrisas, los besos, en cómo olvidar cada segundo de sus ojos abismales y perpetuos en los míos.

Ahora tengo sueño, quisiera seguir, pero mis ojos lo impiden, ya no por las lágrimas, sino simplemente por el sueño.

Saludos a todos, a mi hermano Mono, ¿cuándo te vas a aburrir de mí?, a mi mamita, a familia y a familiar, a la Laurita que se hizo presente (levemente) el otro día, a la Coté que no me ha devuelto la luna, no sé cuando te pueda invitar, pobre como las ratas. A mi hermano Felipe, yo sé que eres fuerte. A Yerko, mi futuro anfitrión y a quien daré el relevo de mi ya muerta poesía. A finta, que me tiene que esperar también, espero que con más cultura de café (with legs), a Alex (is), grande maestro, amigo. Al Diego, que debe estar haciendo de las suyas con las ecuaciones. A todos quienes viven la otra pasión de Cesantes F.C.

Hay mucha gente a la que aprecio, no siempre me acuerdo de todos. Mi memoria es ejemplar, pero no siempre. ¡Ah!, a la Sally, que me debe una larga conversa. Al Claudio, los Antropólogos son inmortales.

Y bueno, a la negrita, que se debe ver bellísima con su guatita. Gracias.

Esto es un homenaje para ti y para la sinceridad, sé que me entiendes.


Hasta luego.