Mujer


¿Qué buscas en el horizonte?, ¿qué buscas frente al mar de la vida?

Cuidado, se acerca la noche, se acerca la inquisidora ciega con sus manos lánguidas de vejez que no es experiencia. Se acerca su manto ignorante e ignorado. Se acerca sin mirada, con la vida muerta entre sus dedos. Y tú y yo, vívidos entre las paredes del universo, sembrando pétalos en la inexistencia.

Silencio, que si oye nuestros corazones la vida se escapa fuera de aquí, tan sólo bésame, con tus labios colmados de pasiones y descubrimientos, sé libre en mí, bésame sin límites, muerde mi boca una vez más, con más pasión que delicadeza de hada.

¡Oh, Diosa interminable!, ¿qué poeta concibió tu vientre de azucenas y miel? Suave, eres dulce y suave, eterna, eres mía y eterna. No temas a mis sueños, para ellos hay siglos, pero no para decir que te amo. Cada segundo, cada instante de tu piel desterrando mis sentidos hacia el vacío desconcertante.

No temas a mis sueños, para ellos tenemos la vida, mas no para volver hacia la inocencia de ayer, y es que en medio de las más crueles magnitudes siento cerca de mí la imagen omnipresente de tus ojos almendrados. ¿Sientes la brisa que nos baña seductora?, ¿sientes el palpitar de mi pecho que te llama a amar? Silencio, no dejes que mis labios se detengan en tu vientre, no dejes que mis dedos huyan de tu belleza violenta e indomable, no dejes que mi corazón tema a tu gloriosa desnudez, a tu cuerpo a contraluz de la luna.

Eres mi vida, mi vida y caída, todo a la vez, mi existencia y mi huida. Vamos, dejemos este mundo sin luz, huyamos a nuestro reino lejano y solitario.

De la mano, tu y yo, libres en la eternidad, hijos de la trascendencia, de la historia. Y se alzarán las olas como brazos intentando besar tus pies descalzos y las verás pasar, una tras otra, en la infinitud.

¿Qué poeta cantó tu vientre?, ¿qué Dios de Oriente dibujó tu cuerpo desnudo en la matriz de la vida? ¡Que daría por que tu boca descansara en la mía para siempre! No temas mis sueños, mujer pura y entera, no temas a mi alma desterrada de la inocencia, que en la visión de tu cuerpo ondulante ha vuelto la luz al silencio de la muerte.

Mírate con mis ojos y dime si te amas, mírate con mis ojos y dime si darías la vida por ti. Dulce astro lácteo, galaxia ignota, regálame el secreto de tu mágica estampa, de tus labios blandísimos en la penumbra desesperada.

Más allá de mí reina el deseo, el que me hace desfallecer frente a tu cuerpo, frente al templo imposible de los Dioses olvidados.

Susurremos amores que no oiga la noche, que en su alma egoísta no cabe la certeza absoluta de nuestros corazones enloquecidos.