Tiembla levemente, miles no se habrán dado cuenta, a tal punto de que serían capaces de llamarme loco, por sentir algo que ellos no sintieron. ¡Jaque mate!, un golpe de gracia, si pudieran verla, retorciéndose sobre el suelo. Humillada, tan humillada que la dulzura de la situación comienza a marearme. Faltan miserables cuatro horas para el sábado, para que la edad se me venga encima. Nunca dimensioné que los “diez y…” eran tan seductoramente desenfrenados. No negaré mi forma de ser, pero la sombra de la incómoda inmadurez pesará sobre mis hombros. A la hora de hacer balances, una carita triste será particularmente llamativa en el extremo superior derecho de mi hoja de cálculos. Veinte años sin haber conseguido nada. Para la risa, una broma más de Felipe en sus ratos de animosidad, pero una triste realidad a la que ni el más sarcástico puede hacer frente.

Se aprenden cosas, se forjan amistades indelebles. Se aprende algo de las mujeres, un verdadero salvavidas a la hora de buscar al amor; son inentendibles.

Los enroques no siempre son la mejor decisión, perder una jugada arriesgando el corazón de una inocente, Infamia, infame.

Tres horas y media y mis cuentas pasan de tristes a patéticas. Podría escribir una enciclopedia con errores, traumas, miedos y frustraciones que me aquejan y me persiguen. La muerte no se rebaja a tomarme, sólo me mira desde la copa de algún árbol y se ríe de mí. Me llama a las cuatro y media de la mañana, sólo para cortar apenas contesto. Mi novia separada de hecho, yo separado de ella, confundido horriblemente, dubitativo acerca de beber dolor o tristeza. Las opciones son patéticamente desesperadas, patéticamente mías, clásicamente mías.

Un quinto de siglo, demasiado. No pensé que a tan poco de haber nacido comenzaría mi afán por quitarme edad. Llevo más de la mitad de mi vida, ahora comienza la cuenta regresiva.
Cada día es una ambigüedad inalienable. Un día más de vida, un día menos de vida. Comprensible para todos en la inconsciencia descarnada.

Los balances no son lo mío, siempre termino con números negativos, quizás es por mi irremediable inutilidad matemática.

Hijos del tiempo, estamos condenados a la existencia, existen varias vías de escape, algunas más altruistas que otras. A continuación una lista con las mejores de ellas.

-Suicidio: Consiste en acabar con la existencia de modo autosuficiente y horrible, sin negar el miedo y las trabas que presenta la mente. La valentía es imprescindible para llevarlo a cabo. Es la forma más egoísta de solucionar el problema de la existencia.

-Autodestrucción: Método largo y tedioso, el menos efectivo y más peligroso de todos. Consiste en la acumulación de vicios nocivos que merman la fuerza vital. Es el más utilizado, pero cae en una triste contradicción. Al ser un largo proceso, se ve negado por la irrupción del instinto reproductivo.

-Asesinato y suicidio: Elementalmente altruista, consiste en acabar con la vida de un semejante y acabar con la propia. Demuestra gran sentido de la solidaridad.

-Asesinatos seriales: De esencia altruista compleja, requiere gran nivel de convicción y del compromiso personal de entregar la posibilidad de morir en pro de la inexistencia de otros. Requiere sangre fría, inteligencia y profundo amor por los demás.

La vida se ha transformado en una triste consecución mecánica de tiempo. No quiero críticas a mi pesimismo, es lo que yo decidí adoptar.

Es la tristeza de la vejez, proporcionalmente tengo más de 35 años, 50 para los longevos. Sólo hay una cosa que me daría alegría en este momento, ella sabe lo que es y sabe que en un segundo quitaría de mi corazón esta desazón.

No hay saludos hoy, ustedes me deben saludar, por favor, sin sermones ni críticas, sólo quiéranme un ratito.

Agradecimientos para la Coté, por todo, TE QUIERO, nunca te lo digo.

Para Diego por aclarar mi duda sobre los enroques.

Para Yupi que me ha visitado bastante en estos días y se escapó para acompañarme.
Gracias…