A Divinis





Cuando la voz de los silentes desaparece de la conciencia, cuando la vida se desborda sobre sus rostros pálidos y ajenos, surge el miedo, el temor incesante e imperecedero.

Ya no somos niños, el avance inmisericorde de los años nos legan pesos que nadie nos enseña a llevar. Quisiera ser como el ejemplar modelo global del éxito. Nada más alejado de la realidad, de hecho, ser su diámetro opuesto me da algo de status, un status inverso, algo marginal.

Desde que abandoné la vida despreocupada de un niño adquirí, inconcientemente una deuda eterna, una marca de fuego sobre mi piel y mi futuro. ¿Por qué desesperarse si en mi pecho arde la agonizante llama de la técnica obsoleta, del arte sepultado?

¿Cómo ir en contra del Dios mismo? La miseria es un estado mental, pero mi autosatisfacción por sentirme un hombre afortunado no pone pan en mi mesa, ni estabilidad en mi vida futura. Poco más se espera de mí, como de todos, ya no somos niños y ser niños dejó de ser lo que era. El amor exigente y tradicional dicta leyes que no caben en el esquema de una persona con poca predisposición al éxito.

¿Cómo ir en contra de Dios?, las voces de los jueces no suenan como trompetas, ni son jinetes negros con largas túnicas, arcos y cimitarras doradas. Los jueces me amaron alguna vez, con mi mirada cándida y perdida, con mi aroma a cigarrillo barato y mi dialéctica de poeta muerto. Los jueces hoy son jueces, no amantes, los jueces del tiempo no son amantes, ni madres, ni hermanos. Son lo que se les llamó a ser, aquí es cuando mi historia toca el fondo y en ese pozo de locuras y pestes pierdo el valor.

¿De qué sirve amar si mi pecho hiere y odia?, ¿de qué sirve mi vida si no encaja en el centro de la aceptación y lo que se espera de mí?, ¿de dónde nace el dolor sino de la decepción?

Esta noche dormiré tranquilo, es mi última noche antes de que la vida me abofetée por última vez, la próxima vez que lo intente sabré como evitarlo, ya no habrá sorpresa, ni dolor, el camino está trazado, olvidaré los sueños, seré lo que la verdad me llamó a ser.






Entre las blancas paredes del tiempo la vida transcurre sin grandes novedades, me aferro al pasado como lo haría a tus blazos blancos. Hacia el fondo de la sala un sitial verde me muestra una figura nívea y desnuda, las llamas de la noche confunden las siluetas, las verdades y los absolutos. ¿Qué mano virtuosa dibujó tu cuerpo en el centro de la nada?, ¿qué óleo maternal y perfecto tus mejillas sonrojadas y tus ojos de nocturna claridad?

Quiero tocarte, pero me pesan los brazos, la embriaguez del silencio y el calor ausente me han vuelto torpe, sólo puedo contemplarte desnuda en el sitial heráldico que sostiene tu gloria. El fuego de la noche se apaga y la soledad me sostiene los pies, el anhelo es como la sed, no cesa, nada le basta, si tan sólo tuviera un segundo para besar tus muslos, para dormir en tu vientre, en la contemplación eterna de tus dedos blancos, de tus brazos blancos, de tus pies blancos, de tu esencia blanca.

Entre las blancas paredes del tiempo la vida se ha vestido con lienzos azures y no temo, ni a la soledad ni a la ausencia, en fin, si en tu lejanía descansan las magnitudes, en tu piel desnuda la quietud, la eternidad de un segundo enamorado.

Bendita, eres como el aire delicioso que corona un beso, como el calor tenue de un atardecer dormido. En tu vientre descansan las mareas, Diosa de mármol, la incesante lucha de la salina vitalidad con las arenas que honraron el paso del tiempo. En ti, sólo en ti, habita la locura, la violácea expresión de los otoños siderales, porque tú y sólo tú eres como la hierba que cubre la noche, la absoluta presencia que ahoga mis anhelos en el recuerdo de una mirada.

Sólo tú bastas, sólo tú y nada más...


Te Amo María de los Ángeles, eres, sin lugar a dudas, el amor de mi vida...

Gracias por Todo Preciosa...

Silencio




Fuera de mí brilla el sol que parió la primavera, no tengo motivos para detener su paso.

Cuando llueve los sueños te tocan, el afán irrefrenable por tocar el cielo se hace real, corpóreo.

No tengo motivos para detener su paso, estoy cansado...cansado del silencio, cansado de la soledad, cansado de dormir y despertar sin ti, cansado de extrañar tu aroma, tu piel blanquísima, tu suavidad inherente.

Sé que el tiempo pasará, que volverás a estar aquí, no es el tiempo lo que me agobia, es la distancia. La distancia es irrenunciable.

En mi pecho duerme tu aliento, tus mejillas deliciosas, tus dedos tiernos y quietos, blancos y perfectos, en mis labios descansa la vida que vertiste en ellos esa noche de luna llena en que nos besamos por primera vez.

Recuerdo tu aroma de esa noche, tu voz susurrando pequeñas muestras de amor, tus labios pequeños y dóciles, blandos y dulces, ambrosíacos frutos de olímpicos viñedos. No dormiste, amor, te sumiste en la contemplación de mi breve sueño. Fuimos el hogar de los sueños, la mansión incógnita en que habita la magia, fuimos la morada del silencio enamorado...¿dónde habita la gloria del amor cuando no puedo besar tus labios, cuando la noche yace caída y tus idilios vuelan libres por el universo?

Quisiera besar tus dedos, tus muslos, dormir aferrado a tu cintura, morir y renacer en la eterna vision de tus ojos miel, quietos como la noche, cálidos como el abrazo que nació de tu cuerpo cuando los viñedos estelares se disiparon, cuando las espigas de Dios tocaron las mesas que guardaron la esperanza.

No quiero más espera, amor...3 horas y 15 minutos para que llegues...

Te Amo María de los Ángeles...eres el amor de mi vida...


Saludos Kari...¡¡dame el blog que te pedí!!